Frank Delgado - Chilenos

Beatriz lloraba en la plaza un 28 de Septiembre
y el viento llevaba lejos hojas tristes solamente.
La bandera medio izada, campanas doblando a réquiem.
Allende era un magnetismo poderoso de La Habana, que bajito sollozaba.
El exilio es un camino difícil de contra marcha
penitente y arraigado.
Me regalaron a Víctor, supe de Violeta Parra.
Y en Alamar los balcones una cueca susurraban
y Neruda fue el poema veinte de la madrugada.
Y a dónde fuiste a dar con tu equipaje de sol
a mi tierra, señor.
Con sus casitas pequeñitas y con balcón y cartilla, señor
palomar de la tristeza y en sueños poder volver.
Tus hijos van de rojo a la escuelita mejor
pañoletas de amor.
Perdieron el acento y la afición al fútbol, ahora juegan béisbol
con negritos cenicientos, a la hora de los recreos.
Algunos no entendieron ese estatus de extranjero
y se fueron a buscar algo mejor.
Cada uno por su banda fueron a parar a Holanda
o a países de una nórdica región
pues de momento allí no hay racionamiento
y hay autobuses vacíos, y el calor es más pasable que en el mío.
Me enamoré del charango y de mujeres chilenas.
Y me aprendí en las noches el misterio de las quenas.
Y supe de los suicidas y de las cartas que llegan.
Y adiviné la esperanza bajo la humedad eterna
de aquellos ojos canela.
Discuten en sus peñas las ideas con que sueñan
La política, la vida y el folklore
y a veces no hay concilio el parlamento en el exilio
tiene mesas separadas por partidos, casi nada.
Muchas veces no concuerdan
y mi mente nunca llega a comprender esos matices de la izquierda.
Pero todos se alegran al saber que en Isla Negra
los amantes graban protestas de amor.
Que se oyen como el rayo las cazuelas en Santiago
y que el sur será posible con valor
como un delirio, creer en el des-exilio
y el imperio de los nuevos chilenos.